
Se nos había olvidado lo que era llover de verdad. Hemos podido volver a oír llover, a calarnos por entero por un minuto sin paraguas, a ver correr las calles en desnivel, en ese genial acto de limpieza que nuestro hábitat requería imperiosamente. Se han llenado los embalses, han corrido como hacía años ríos, arroyos, regatos y riberas. Los valles volvieron a preñarse de agua, que con el aporte fecundador del sol y la ausencia de los cierzos de marzo generarán como criatura una primavera exuberante.El domingo un gasolinero de la alta Extremadura me decía manguera en mano, “hacía falta un año de éstos, estaba todo muy seco no sé adonde íbamos a llegar”. Palabras que sabían a gloria mientras se contemplaban infinidad de riachuelos sorteando obstáculos de peñas y arbustos sierra abajo. Y la inconfundible melodía de las aguas bravas que buscan sosiego. No hicieron falta más palabras, una leve mirada de asentimiento lo arregló todo con el corazón agradecido por esta bendición que de tarde en tarde nos toca. En los medios las lluvias parecen todo lo contrario.Comemos, cenamos y desayunamos con inundaciones, desplomes, pérdidas económicas y hasta muertes humanas. Se lamentan tales daños, pero se advierte un plus de abundancia informativa, por el cual la lluvia aparece como una maldición del maligno hacia unos moradores pacíficos, importunados por un elemento controlado que se ha vuelto incontrolable. Lo que se silencia es el urbanismo, la agricultura, la industria, la hostelería... Todo aquel que ha querido ha pisado el terreno a los cauces normales del agua en ese defecto tan español, de que lo que hacemos mal todos, termina por estar bien. La ausencia de lluvias copiosas ha hecho presumir un olvido, por parte de los ríos de sus antiguos cauces. Nuevamente los con frecuencia desmemoriados humanos nos hemos olvidado de la memoria de la naturaleza. Lo que es peor en esta época de contrastado cambio climático, con largos ciclos de sequía, es que acumularemos actos de invasión en los cauces fluviales y sus márgenes, para hacer lamentos contra el cielo, cuando generoso vuelva a regalarnos el agua de vida.
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